miércoles, 10 de junio de 2009

Los esclavos en Roma



Los esclavos
El esclavo era considerado un ser humano inferior que “pertenecía” a un dueño. Para los romanos, el destino natural de los esclavos era servir a sus amos con entrega y fidelidad. Los esclavos formaba parte de la familia y, por lo tanto, se les “quería” y se les castigaba.
No había reglas para tratar a un esclavo porque éste no tenían ningún derecho y estaba completamente sometido al poder de su amo. Pero también se dio el caso de que hubiera esclavos que inspiraban temor ya que era común que las relaciones que mantenían con sus propietarios se tornaran de afecto a odio y desembocaran en crímenes.



Los esclavos servían a muy diversos fines. Hubo esclavos que eran funcionarios públicos que se ocupaban de los asuntos administrativos del príncipe, que era su amo. Incluso hubo esclavos que tenían más bienes e influencia que otros hombres libres. Había esclavos que tenían profesiones como arquitecto, maestro de gramática, cantor, comediante.

En el otro extremo, había esclavos que se dedicaban al trabajo rural (campesinos) o artesanal (alfarería, etc.).

Había esclavos que administraban el trabajo de otros esclavos. Entre las clases altas, cada familia tenía decenas de esclavos sirvientes y las familias de clase media contaban con dos o tres esclavos.



El sometimiento de los pueblos vecinos aportaba un parte mínima de los esclavos pues la mayoría de ellos provenían principalmente de la reproducción de otros esclavos, de niños abandonados en santuarios o basureros públicos y de la venta de niños u hombres libres como esclavos. Los hijos de una esclava, quien quiera que fuese su padre, eran propiedad del amo y éste podía decidir si se quedaba on el bebé, lo regalaba o lo mataba.
A muchos esclavos se les colocaban collares de bronce donde se indicaba a quién pertenecían.Un esclavo podía obtener su libertad si su amo se la otorgaba, entonces se transformaba en un liberto.

Las ciudades Romanas

La romanización

La Romanización de la Península Ibérica

El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo.
Se fue creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte.
En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso.
El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona).
Desde el mismo instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido.

La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido para conquistar territorios más próximos a Roma.
A la Península Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana.
Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia imperial).
El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi).
Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio.

Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias.
Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas.
Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín.
No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad.
Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras.
Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.

Los grupos sociales

Un grupo social, llamado también grupo orgánico, es el conjunto de personas que desempeñan roles recíprocos dentro de la sociedad. Este puede ser fácilmente identificado, tiene forma estructurada y es duradero. Las personas dentro de él actúan de acuerdo con unas mismas normas, valores y fines acordados y necesarios para el bien común del grupo.
El distintivo identidad común o pertenencia es necesario y puede manifestarse en 'cultura semejante', no necesariamente igualdad en nivel económico; interactúan para un proyecto común o formando un subgrupo discordante, que eventualmente adquiere un carácter de controlador. La potencialidad de un grupo social es obviamente robusta porque además forman la trama de la sociedad o su negación como un partido opositor en el Parlamento o un peligro de destrucción como un subgrupo en el aula. Los líderes formales o informales son el punto fuerte de la trama de interactuaciones.
Cuando la adscripción a determinado grupo social está fuertemente determinada por criterios económicos y está fuertemente influida por la clase de la familia en que nace el individuo, el grupo social de los individuos se suele denominar clase social.

El imperio Romano

El Imperio romano fue una etapa de la civilización romana en la Antigüedad clásica caracterizada por una forma de gobierno autocrática. El nacimiento del imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control en torno al Mar Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando, llegando a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, abarcando desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos 6,14 millones de km².
El término es la traducción de la expresión latina Imperium Romanum, que no significa otra cosa que el dominio de Roma sobre dicho territorio. Polibio fue uno de los primeros cronistas en documentar la expansión de Roma aún como República. Durante casi tres siglos antes de César Augusto, Roma había adquirido numerosos dominios en forma de provincias directamente bajo administración senatorial o bajo gestión consular, y también mediante pactos de adhesión como protectorados de estados aliados. Su principal competidora en aquella época fue la ciudad púnica de Cartato cuya expansión rivalizaba con la de Roma y por ello fue la primera gran víctima de la República. Las Guerras Púnicas obligaron a Roma a salir de sus fronteras naturales, la península Itálica, y poco a poco adquirió nuevos dominios que debía administrar, como Sicilia, Cerdeña, Córcega, Hispania, Iliria, etc.

La vida cotidiana

La familia tradicional romana estaba constituida por el padre, su mujer, dos o tres hijos o hijas, los esclavos domésticos y los libertos. Se trata de una familia patriarcal donde el padre controla todo el poder sobre los demás miembros, así como la disponibilidad de los bienes que poseen; es el que organiza la economía, distribuye los recursos, tiene entidad jurídica, es el dueño de sus propias cosas y amo de todo lo que procede de su esposa.El padre tiene también las prerrogativas religiosas de la familia, especialmente en lo relacionado con el culto doméstico, tres son los elementos que forman este culto: el culto al hogar (constituido por Lares y Penates), el culto al Genius (principio de la fertilidad), y el culto a los Manes (los antepasados).
El papel principal que desempeñaban las mujeres en Roma era el de fiel y abnegada esposa ya que dependían en todo momento de su marido. Los enlaces matrimoniales solían ser concertados por las familias y el padre de la joven debía entregar una dote a la muchacha, si quedaba viuda, el padre, su hermano o su propio hijo mayor tenía potestad sobre la mujer, en el caso de mujeres con cuatro hijos varones podía disponer de sus bienes.El papel de la mujer en las casas respetables de Roma es que las matronas mataban la mayor parte del tiempo en los trabajos relacionados con la costura y el tejido, paulatinamente la mujer irá ocupando un papel protagonista en la organización de la familia.
La omnipresencia de los esclavos en las vidas de las clases acomodadas romanas provocará que las infidelidades fueran públicas la mayor parte de los casos, los emperadores contaban con un amplio harén de concubinas en palacio, que solían ser mujeres libres.
Los hijos eran considerados aquellos niños y niñas nacidos del matrimonio que eran aceptados por el padre, si este era aceptado se integraba en la familia al octavo día del nacimiento cuando se le imponía el nombre individual y se le colgaba una pequeña cápsula de metal, rellena de sustancias que poseían propiedades favorable. Las criaturas mal formadas eran expuestas o ahogadas. Dada la elevada mortalidad infantil era bastante posible que la línea familiar se perdiera a la muerte del padre por carecer de herederos, para evitar esto se instituyó la adopción.
Diversas familias forman una gens, caracterizada por la posesión de elementos que la identifican como el ritual funerario o el culto a los antepasados comunes, esta es monógama y permite el divorcio siempre que se diera a uno de estos tres casos: adulterio femenino, que la esposa fuera alcahueta o se dedicara a violar tumbas.

El poder del emperador


En la antigua Roma no existía el título de «Emperador Romano », siendo éste más bien una práctica abreviatura para una complicada reunión de cargos y poderes. A pesar de la popularidad actual del título, el primero en ostentarlo realmente fue Miguel I Rangabé a principios del siglo IX, haciéndose llamar Basileus Rhomaiôn, ‘Emperador de los romanos’. Hay que tener en cuenta que en aquella época el significado de Basileus había cambiado de ‘soberano’ a ‘emperador’. Tampoco existía ningún título o rango análogo al título de emperador, sino que todos los títulos asociados tradicionalmente al emperador tenían su origen en la época republicana.
La discusión sobre los emperadores romanos se halla influenciada en gran medida por el punto de vista editorial de los historiadores. Los mismos romanos no compartían el moderno concepto monárquico de ‘imperio’ y ‘emperador’. A lo largo de la historia, el Imperio Romano conservó todas las instituciones políticas y las tradiciones de la República Romana, incluyendo el Senado y las asambleas.
En general, no se puede describir a los emperadores como gobernantes de iure. Oficialmente, el cargo de emperador era considerado como de ‘primero entre iguales’ (primus inter pares), y muchos de ellos no llegaron a ser gobernantes de facto, sino que frecuentemente fueron simples testaferros de poderosos burócratas, funcionarios, mujeres y generales.