miércoles, 10 de junio de 2009

La crisis del Imperio romano

El reinado del emperador Cómodo, el hijo de Marco Aurelio, cierra el periodo del despotismo ilustrado y comienza una nueva era de matanzas y miseria, cuya característica es el poder que posee el ejército para decidir a su antojo el destino del Estado. El ejército que antes había sido el servidor del Imperio, se convierte en amo y actúa por medio de gobernantes a los que entroniza o derroca a su capricho y sin justificación alguna.

Cómodo reinó del 180 al 192 d. C. Es un segundo Nerón o Domiciano; nos recuerda a los peores gobernantes de las dinastías Julia y Claudia. Absorto en su propia persona, pasó toda su vida en continuo libertinaje, entregado a su morbosa pasión por el arte de los gladiadores. Descuidó los asuntos militares y administrativos; fundó todo su poder en la guardia pretoriana y apenas tuvo contacto con los ejércitos provinciales. Se dio la consecuencia natural: como había ocurrido en tiempos de Domiciano, surgió una fuerte oposición que tomo idéntica línea de acción. Fue resultado inmediato de la paz que Cómodo concluyó con los germanos, considerada por las clases superiores del Imperio como una traición y vergüenza. El emperador respondió con medidas violentas: algunos senadores fueron ajusticiados y se les confiscaron los bienes. Esa violencia condujo a una intriga palaciega que costó la vida al Emperador.

Como en el año 69, el "año de los cuatro emperadores", el éxito de la conspiración llevó a la guerra civil. Los ejércitos provinciales aprovecharon la muerte a Cómodo para elevar al trono a sus favoritos. El senado eligió a M. Helvio Pértinax para ocupar el trono vacante, en la esperanza de que restauraría la tradición de los Antoninos. Pero Pértinax pronto fue asesinado por los pretorianos ensoberbecidos por los favores de Cómodo.

De inmediato, vendieron la sucesión a un rico senador, Didio Juliano.

Los ejércitos provinciales se negaron a aceptar imposiciones de los pretorianos y Lucio Septimio Severo, comandante de los ejércitos de Pannonia, en el Danubio, encontró fácil marchar sobre Roma con sus ilirios y tracios, con el pretexto de vengar a Pértinax; se había adelantado así a dos posibles rivales, Clodio Albino y Pescennio Niger, que mandaban ejércitos poderosos en Britania y Siria. Severo venció con facilidad a los pretorianos y tomó a Roma casi sin lucha, degradó a todos los pretorianos y escogió a los mejores hombres de su propio ejército para ocupar sus puestos; la mayoría de estos eran labradores tracios o ilirios.

Tuvo mas dificultad en terminar con sus poderosos rivales del norte y del este, pero demostró ser el más fuerte: engaño a Albino prometiéndole hacerlo su heredero y aprovecho los errores los errores de Pescennio en la conducción de su ejército. Después saldo sus cuentas con todos los que no estaban de su parte en Roma o en Italia y las provincias, condenándolos a muerte y confiscando todos sus bienes.

De este modo, llegó a ser el gobernante indiscutido del Imperio.

Septimio Severo no abrigaba la intención de restablecer las tradiciones de la época de Augusto. Oficialmente se dijo hijo de Marco Aurelio y hermano de Cómodo, un Antonino y sucesor de una línea de Antoninos, pero su real era en completo diferente de la aquéllos. Sus opiniones políticas se concretan en las últimas palabras que dirigió, en su lecho de muerte, a sus hijos y sucesores, Caracalla y Geta: "tened una sola idea: enriqueced a los soldados; no os preocupéis de los demás". Su poder se fundaba por entero en la fidelidad de los soldados y, por ese motivo se dedicó toda su ateción y su persona al ejército. Desconfiaba en la aristocracia romana y mantuvo a distancia mediante su guardia semibárbara y la "legión parta" que reclutó y apostó en Albano, cerca de Roma. No intentó ninguna alteración en el sistema de gobierno: probablemente lo consideró innecesario. Pero, con sus actos, trazó las líneas de la evolución futura, que despojaría a la clase senatorial de los comandos del ejército y de los gobiernos provinciales para sustituirla por oficiales del ejército. Sin embargo, en general, fue un concienzudo gobernante del Estado. En sus relaciones con las provincias, después de derrotar a sus dos rivales, fue fiel a las tradiciones establecidas por los Antoninos.

Los efectos de su política fueron visibles durante su reinado y todavía mas después de su muerte. Incluso en sus manos, el ejército no era, en modo alguno instrumento obediente. Los soldados iban perdiendo cada vez mas el gusto por la guerra y tenían poco interés en su profesión, de modo que, a pesar de su propia capacidad militar, Severo fue incapaz de infligir derrotas decisivas a los partos o de completar el sometimiento de Britania, en donde él murió en el 211, en medio de una prolongada contienda contra los montañeses de Escocia. Su heredero Caracalla se deshizo de inmediato de su hermano, copartícipe del trono, pero también él perdió la vida en cuanto intentó utilizar al ejército para luchar de nuevo con los partos en la frontera del sureste. El año de su muerte fue el 216. Entonces, el ejército proclamó a Macrino, comandante de la guardia, como sucesor pero también lo traicionó al descubrir que no solo intentaba acabar con la operaciones militares, sino rebajarles la paga.

Las damas del palacio eran siria, parientas de Julia Domna, esposa de Septimio Severo, y miembros de la familia de los reyes-sacerdotes de Emesa. Esas mujeres, ambiciosas y astutas, aprovecharon el descontento que reinaba entre los soldados. Julia Mesa, hermana de Julia Domna, con sus hijas Soemias y Mamea, ganó el favor de una parte del ejército sirio y con ayuda derrotó a Macrino. Entonces elevaron al trono al hijo de Soemias, cuyo nombre antes de asumir el trono era Vario Avito Basiano. Pero era el sumo sacerdote del dios del sol adorado en Emesa bajo nombre de Elagábal, y por su cargo, llevaza el mismo nombre de su dios.

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